Cuestiones de género: ¿nos representa nuestra lengua?

Hace poco, leí unos tuits publicados por la RAE en los que se aclaraba el uso de las desinencias de género.

Cada vez está más en boga usar «x» o «e» en lugar de «a» u «o» cuando alguien se identifica como género neutro, no considera que tenga un género (parece mentira que el diccionario aún no contemple el término «agénero») o no se identifica con el masculino ni con el femenino.

Es más, el célebre «todos vosotros y todas vosotras» está pasando cada vez más a ser «todes vosotres».

Este asunto me llama mucho la atención y por eso quería tratarlo en mi blog, sobre todo a raíz de los tuits mencionados.

El primero de ellos era el siguiente:

Tuit de la RAE sobre cuestiones de género

Una afirmación completamente lógica si tenemos en cuenta que la «x» jamás se ha caracterizado por tener una función gramatical de este tipo.

Eso sí, la cosa se complica más cuando se abre el melón que versa sobre la tradicional desinencia de género masculino «o», que la RAE también aclara que tiene un valor más inclusivo de lo que pensamos:

Tuit de la RAE sobre cuestiones de género y la desinencia o

La problemática de la desinencia «o»

Bajo mi punto de vista, no debería de haber nada de malo en utilizar la marca gramatical «o», pues creo que lo importante no son los elementos aislados del lenguaje como tal, sino la intención de una persona al utilizar el lenguaje.

Por otra parte, un idioma está ligado a la cultura y a la sociedad, y la desinencia «o» se ha asociado durante mucho tiempo a un mundo machista que se ha impuesto sobre la mujer y los colectivos LGTBIQ+ (los que más utilizan las nuevas alternativas mencionadas).

De ahí que mucha gente no se sienta representada por su lengua y, en particular, por una marca gramatical que tiene una gran cantidad de connotaciones de las que se quieren distanciar porque no refleja su personalidad.

Entre los hablantes del español, cada vez es más frecuente encontrarse con hombres que, por ejemplo, se expresan en femenino, con personas que sienten que no pertenecen al género masculino ni al femenino o que, sencillamente, ven innecesaria esta distinción.

Si lo pensamos fríamente, cuando hacemos alusión a «todos y todas», ¿no estamos haciendo más grande esa brecha que separa al hombre y a la mujer?

El lenguaje es una herramienta más que utilizamos para comunicarnos, igual que lo es nuestra forma de vestir o de gesticular. Aunque, efectivamente, el género gramatical es solo eso, un trazo escrito en el papel o una letra que se diluye en el aire al hablar, determina la identidad del hablante y cuando este toma una decisión u otra repercute en el idioma (y en la realidad que crea).

Cuestiones de género

¿Podemos hablar como queramos?

Dicho todo lo anterior, cabe hacerse esta pregunta:

¿Puede la gente alterar un idioma a su antojo?

No creo que esta nueva forma de expresarse sea un capricho, sino más bien una necesidad de apropiarse de las palabras y del discurso que uno mismo pronuncia (y no del propio idioma, ¡ojo!).

Si el lenguaje está hecho para representar la realidad social, ¿por qué no hacer que el lenguaje evolucione hasta adquirir unas desinencias que indiquen género neutro o ausencia de género si eso va a repercutir positivamente en aquellos que ahora no se sienten representados?

O mejor aún, ¿por qué no desproveer cada vez más al idioma de estas marcas que, más que ayudarnos, no hacen más que crear divisiones y problemas en una sociedad que evoluciona hacia la realización personal?

No es descabellado considerar estas opciones si tenemos en cuenta que el español es un idioma que proviene del latín, pero no del latín culto que apenas unos pocos utilizaban, sino del latín vulgar, el que hablaba la gente corriente y moliente. Sí, todos los que estamos en la calle tenemos el poder de ir moldeando el lenguaje porque es lo que nos define cada vez que abrimos la boca.

Tenemos ejemplos de los que nos reímos constantemente que demuestran que el español evoluciona y que la RAE, al final, sucumbe a estos cambios.

Gran cantidad de «vulgarismos» han ido apareciendo en los últimos años en nuestro querido diccionario. Podéis ir a buscar joyas como «murciégalo», «almóndiga», «culamen», «pechamen» o «asín».

No solamente encontramos vulgarismos, sino que de vez en cuando el mundo nos obliga a concebir nuevos conceptos como «tuit» o  «friqui» (también se acepta con «k»).

Cuando un escritor crea una novela, cuando un director escribe una película, cuando un periodista publica una noticia, cuando un jefe da una orden a su empleado, cuando un usuario cualquiera envía un tuit, se está utilizando el lenguaje, y este debe ser una herramienta que nos facilite el expresarnos y el sentirnos bien con nosotros mismos.

Nuestro idioma debe ayudarnos a comunicarnos y, si cada vez hay más gente que siente que su lenguaje no tiene nada que ver con su identidad, sería de lo más interesante, al menos, plantearse estas nuevas alternativas y seguir charlando sanamente sobre este asunto, escuchando lo que cada uno tiene que decir.

Hay dos opciones y ambas son igual de válidas: evolucionar poco a poco para que el lenguaje adopte nuevas formas o abrazar sin prejuicios la desinencia «o», que es más inclusiva de lo que queremos empeñarnos en ver.

Y tú, ¿con qué opción te quedas?

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